y aún osas mirarme y preguntarme ¿Me amas?
Y yo que no soy más ciego, que por no mirar mis ojos dejaron de ver, te respondo:
El traqueteo de tu boca sobre la mía,
tus palabras sobre mi tímpano sordo,
tus caderas que se elevan como pistones por las mañanas.
Si de ti sólo puedo tocar lo decible,
si sólo puedo amar lo lejano,
si sólo puedo extrañar lo que no tengo, entonces tu eres ella, mujer.
Mezclo pisco con mis papilas para sentirme en tu lengua húmeda y lejana,
con humo mágico embriago mis pupilas dilatadas
para sentir tu mirada diáfana de riachuelo quieto de deshielo y en estío
para luego exhalarte en pensamientos febriles,
para armarte en bocanadas sobre mí, para ti.
Porque tus razones siempre serán tuyas y las mías también son tuyas.
Aquella lágrima va en sentido contrario,
se desenjuga de tus labios de melón recién cortado,
sube por tu suave mejilla acaramelada,
se enflaquece en el lacrimal izquierdo
y vuelve a tu alma impávida de secretos inescrutables.
Con mis tres décadas encima y acuestas
te esfumas lenta, como la bruma en el frío,
rápida como el azote de tu voz que me aquieta y desvela.
Tu amor, que es mío no tuyo, es una piedra en el zapato.
Para ambos el tiempo y el reloj van por universos distintos
y tu también vas por otro universo,
más pequeño,
más lento
con mis metacarpianos que exigen tu presencia,
tu aliento mi boca,
tus caderas mi ingle.
Tu belleza es la perfecta conjunción entre mis ojos y mis ganas,
quiero ser el ciego que lea tu piel ardiente de poros escritos en braille,
que se vayan cerrando al tacto apresurado de mis dedos fríos.
Cuando tu piel habla mi olfato escucha
mi lengua observa tus rincones
y recorre tus venas en sentido contrario y desde dentro para afuera.
Mujer, el problema del amor tiene que ver menos con los personajes
que con el pésimo y eterno guion al que estamos sujetos desde siempre.
Somos grillos a la luna,
rana maldita que esperaba la noche
para devorarnos con su lengua de plata
y cachetes de esmeraldas purulentas, opalinas.
Y el mar,
colchón colosal de aguas ensopadas de peces y miserias,
llenadas por una diosa que prefirió llorar a reír,
en la que me ofreciste comer de tus algas benditas,
para nadar en tus curvas de olas afinadas por un bisturí arcaico.
Y también el sol,
ojo de gato albino cíclope,
gigante y sereno
que nos aguaitaba desde el horizonte entre las 5 y 6 de la tarde.
Entonces ahora, solo ahora puedo decirte,
si aún no lo entiendes, te lo explico.
Eres irreal,
como dios.
Tu presencia se limita al enunciarte,
existes porque te pienso, y no es que te de vida, mujer,
en mis pensamientos eras la idea,
el acento prosódico de mis sueños,
el punto de las íes,
el pero de nuestras conjunciones,
el paréntesis de todo lo nuestro.
Entonces me levanto,
me recojo de las sábanas,
me desprendo del enigma de no tenerte
y me pongo el traje que mejor me venga para poder irme.